domingo, junio 27, 2010

El Mundo Imaginario


Hace unos días, a resultas de iniciarme en la introducción de un libro de bolsillo, encontré la siguiente dedicatoria: “El presente libro está dedicado ante todo a aquellos que tal vez reconocerán un trozo de su propia vida en los seres sobre los que escribo, con los que me he encontrado y en cuya proximidad he vivido cierto tiempo. A aquellos que recuerdan nuestras expediciones comunes contra la angustia omnipresente que iba creciendo dentro de su personalidad, germinando a partir de las grietas de las contradicciones insolubles y de la amenaza de un mundo transformado en algo hostil. A aquellos que me han enseñado a comprender sus evasiones a los refugios que proporcionan las ensoñaciones y con los que tuve la posibilidad de vivir tanto los titubeos como el esplendor de los retornos”.
El hecho que el libro en cuestión esté dedicado a los enfermos de personalidad esquizoide o esquizofrénicos carece de importancia. Podría haber encontrado el mensaje de igual modo en una caja de cereales y le habría conferido la misma admiración. Se trata del mensaje, no del mensajero. Se trata de ir enlazando las pistas que he ido recogiendo, una vez han sido lanzadas al aire por los hados. En una tragedia griega, tal vez serían los personajes del coro los que impondrían comentarios sobre los reveses de mi fatal sino, pero en estos años, priman las señales de los letreros luminosos, de las notas garabateadas en libros de segunda mano y sobre todo, los mensajes secretos que algunos artistas grabaron en sus obras inmortales.
Como Eva Syristova, la autora del libro antes mencionado y de su poderosa dedicatoria, quería dedicar estas líneas escritas al azar también a “aquellos” y a vosotros, los que compartís ensoñaciones. Gracias.

* La imagen sobre estas líneas corresponde a “The Rubaiyat of Omar Khayyam“, ilustrado por Ronald Balfour.

jueves, junio 24, 2010

El Sueño en el Templo


Qué bello sanar durmiendo… En los llamados “Templos del Sueño” se practicaba una de las disciplinas más curiosas de la medicina antigua, con métodos parecidos a los que se utilizan en la hipnosis. Esta técnica también era conocida como “incubación” y consistía en provocar el sueño en el paciente en el interior del templo destinado a tal fin, durante el cual, el dios se le aparecía para indicarle el tratamiento a seguir para mejorar su salud. Por lo que he leído, es muy probable que los enfermos tomaran, además, alguna pócima que les facilitaría el sueño o les produciría alucinaciones que eran interpretadas como prescripciones ‘médicas‘.
Si tratamos de acotar el período de máxima popularidad de esta práctica, se podría decir que tuvo su mayor auge en el mundo grecorromano, entre el s. VI a.C. y el S. VI d.C., período en el que esta medicina onírica se practicaba en los santuarios de los dioses sanadores, y como explicaba antes, consistía en que los enfermos pernoctasen en estos templos con objeto de obtener el sueño sanador, durante el cual, el dios en persona se aproximaba al enfermo para ejercer su acción terapéutica o le indicaba un tratamiento para que recuperase la salud.
En el Santuario de Esculapio en Epidauro, templo al que acudían enfermos de todo Grecia, no se exigía un protocolo excesivamente rígido para tener acceso a sus salas de curación. El paciente debía purificarse con un baño de agua fría y hacer una ofrenda al templo. Los enfermos dormían juntos en una sala reservada del templo, el adyton al que sólo se permitía la entrada a los ‘incubantes’. Estos dormían en el suelo, y las grandes serpientes amarillas de aquella región, inofensivas, y símbolo de Asclepio, reptaban entre ellos, contribuyendo al ambiente de misterio ¡Qué hermosa imagen!
Durante el sueño, Asclepio se aparecía a cada uno de ellos, pero en estas revelaciones no ocurrían fenómenos inquietantes o terroríficos, únicamente, la divinidad se presentaba al enfermo y realizaba ciertas operaciones sobre su persona, como consecuencia de las cuales, el paciente despertaba curado. En otras ocasiones, Asclepio indicaba al enfermo el tratamiento a seguir y las ofrendas que debía realizar. Todas las curaciones eran registradas en las lamata y cuidadosamente guardadas en el archivo del templo.
Si les interesa el tema, pueden acudir al “Pluto” de Aristófanes, en el que hallarán una descripción detallada del sueño curador de la ceguera a la que fue condenado por Zeus.

sábado, junio 19, 2010

Marlene y “The Savage”


Cuenta la hija de la artista en la imprescindible biografía “Marlene Dietrich por su hija Maria Riva” que adonde fuera la Dietrich iba el muñeco negro de fieltro al que llamaba “el salvaje“ y que fue su amuleto de buena suerte durante toda su vida. Se convirtió en una de sus posesiones predilectas y durante los rodajes de sus películas, siempre estaba con ella, sentado en su mesa de maquillaje. Considerando que la estrella era bastante descreída en cuanto a la existencia de cualquier poder que no fuera el suyo propio, es cuanto menos, curioso, que manifestara tanto apego a aquella figurita de ojos grandes.

La primera mención que se hace al ‘salvaje’ en la biografía de Maria Riva es durante la grabación de “The Blue Angel”. Una madrugada la Dietrich, desesperada, entró bruscamente en la habitación de su hija y empezó a revolver en su cajón de juguetes acusando a la niña de haberle cogido su muñeco. Tras indicarle la niña que lo tenía su padre porque le estaba arreglando la falda de rafia, Marlene corrió a buscarlo y así pudo acudir al rodaje con el muñeco negro firmemente apretado bajo el brazo.


Durante la filmación de “MoroccoJosef von Sternberg le regaló otro muñeco hecho por Lenci, un chinito, también de fieltro, con pelo negro de verdad, sombrero de paja puntiagudo y zuecos de madera. A partir de ese momento, los dos acompañaban a la estrella en su camerino y aparecen en dicha película y también en la siguiente que rodó la alemana, “Dishonored“.

Explica también Maria que cuando realizaba algún viaje, la Dietrich siempre temía que una caja incluida con especial cuidado en su equipaje fuera robada, en ella constaba la etiqueta “Muñecos Dietrich”. Y aunque la etiqueta estuviera escrita en alemán, el temor de Marlene tal vez no era injustificado, ya que sus muñecos no eran sólo sus mascotas, sino estrellas famosas por derecho propio que se exhibían en la mayoría de escenarios de sus primeras películas en Hollywood.

martes, junio 15, 2010

Malpertuis (1971)


Déjenme contarles un secreto: todavía estoy en Malpertuis. Todavía permanezco en la casa maldita, “mal paso” o puerta al infierno. ¿Cómo no quedar atrapado en la espiral temporal que representa la película? ¿En su alma laberíntica, formada por escaleras que dirigen al inconsciente y por puertas que nos hacen enfrentarnos con el reflejo de un espejo? El amor, la carne y la muerte acechan tras pasadizos secretos o cortinillas de colores. Es imposible resistirse al poder de la magia y la fantasía, y como obra fílmica que desarrolla las estructuras internas de ambos conceptos, Malpertuis es insuperable. Una verdadera “maravilla” que transforma al espectador en actor, para llevarle de la mano por los pasillos de la psique humana: su miseria, sus grandezas; y así de lo más alto a lo más bajo, transcurre la experiencia de Malpertuis, que consigue abolir las nociones de tiempo y espacio.


Esta imagen deudora del surrealismo de De Chirico nos introduce en el universo propio de la película y del mismo modo, nos regala algunas pistas sobre lo que viviremos, y hace de resumen de la aventura. Un periplo. Podemos separar los objetos que aparecen en ella y aislarlos, como conceptos a desarrollar, podemos pasar del busto a la esfera, y luego a la hoja… o llevarlos con nosotros, a modo de amuleto, en el viaje de galerías solitarias que revela la influencia del pintor griego de padres italianos. Pero Giorgio no es el único padre, durante la travesía pueden encontrar huellas de James Ensor, o por supuesto, de Cocteau, pero considero que se trata de pistas siempre legítimas.


He leído algunas páginas sobre el film de Harry Kümel, críticas cinematográficas, pero no las comprendo. Se detienen en disertaciones sobre el argumento, el guión o los actores, analizando las piezas del puzzle de Malpertuis. No es posible. Y por una razón muy simple, la “Leyenda de la Casa Maldita” es una pura obra del fantastique, y como decía antes, si lo quieren, una reflexión sobre sus mecanismos, un manojo de llaves y revelaciones. No hay discurso posible, sólo una vivencia personal y en extremo intensa. ¿Acaso puede alguien explicar sus propios monstruos? Tal vez si hay alguna posibilidad de valorar Malpertuis desde fuera de la trampa, es rememorando el tono que hace específica la película, dicho de otro modo, la forma de vestirla -su mise en scène-. Y he aquí como el autor nos sorprende (y se aleja de la novela de Jean Ray) con el placer por lo grotesco: con sus estampas de vodevil y de circo, con la mascara en todo momento, con el cartón piedra y los decorados que son simulaciones de habitaciones que no existieron ni podrán existir, salvo en nuestra mente creativa, y en la de Cassave.

Por supuesto, si no han gozado de ella, les voy a pedir que entren en la casa. Como bien se dice allí: “si no creen en ellos no hay nada que temer“, así que no pierden nada.

viernes, junio 11, 2010

Tórtola Valencia

“Mis danzas son pedazos de belleza arrancada a la muerte”

No sería necesario añadir más comentarios a esta sentencia de la guapa andaluza. La cita, ya de por sí resulta definitoria: representativa del aura que emanaba la bailarina de danzas exóticas, pero también del clima decadente que perfumaba la Europa de las primeras décadas del siglo XX.

Tórtola Valencia es un icono de una época, una discípula de Isadora Duncan que nos hace remontarnos a noches interminables en tugurios o music halls, noches peligrosas en las que bebíamos champaña barato y nos rodeábamos de falsos fastos y oropeles. Una época que nunca existió, como todas aquellas vivencias hermosas que al recordarlas nos parecen irreales.


Les hablo acerca de la “Bella Tórtola” ahora, evocándola como compañera de correrías de Luis Antonio de Hoyos y Vinent y para que se aventuren en la lectura de “Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece” colección de cuentos de tinte erótico y fantástico que presentamos en librerías el pasado mes de abril a través de la nueva colección editorial “La Rosa Secreta”, de la cual, escojo los volúmenes e ideo el diseño. No escondo pues, que con esta entrada pretendo hacer propaganda a la colección de relatos del marqués de Vinent, pero no es sólo eso, también me mueve la reflexión sobre aquellos días gloriosos que he vivido como lectora, y el amor a la personita de la bailarina.

Me fascina la mezcolanza que la diva representa de folclore y exotismo, de gracia castiza y de saberes ocultos. Esta mi damita, de inventado pasado, de presencia turbadora, no conocía dueño, ni ascendentes. Adquirió la mayor parte de sus vastos conocimientos por sí misma, ya que era una incansable lectora, y de sí, también provenían sus danzas inventadas: la danza de la serpiente, la danza del incienso (qué nombres tan evocadores, ¿no creen?) resultado de sus incursiones en las danzas africanas, árabes o indias. Los poetas la amaban, sus amantes se rendían a sus pies, pero sólo una mujer catorce años menor que ella, Angelita, consiguió retenerla a su lado hasta el fin de sus días.


La Tórtola como personaje me atrae irresistiblemente, pero la Tórtola tras la seda y las joyas, aún me interesa más. Esa fémina salvaje que iba armada con pistola para defenderse de los hombres. La coleccionista de arte precolombino que consiguió reunir unas doscientas piezas de dicho estilo en su casa, curiosas ofrendas funerarias a los dioses, procedentes de los templos y rituales. Musa de ojos verdes y afición a la morfina. ¿Qué fue de ti?

martes, junio 08, 2010

Io Sono Anna Manni


El arte de la pintura es repugnante. Me agota, me subyuga, me exaspera. No puedo mirar, pero debo. La curiosidad es mucho más poderosa que ese atisbo de voluntad que conservo. Me refiero a la voluntad puramente física, por supuesto.


Durante siglos, esas imágenes han acumulado poder y más poder, ecos de las miradas que han quedado cautivas en sus entrañas. A través de sus hendiduras se ha abierto la puerta, la única puerta, esa que hemos encontrado tantas veces de improviso, en un rincón de la maleza, o en una mirada ida. Porque la locura es la clave y si no quieren llamarlo locura, llámenlo descontrol o caos… o abismo.


Lo que tengo por cierto es que contemplar obras de arte detenidamente como pasatiempo conduce a una enfermedad, indefinida, de más amplias consecuencias que el Síndrome en sí. Yo la padezco. Estoy atrapada en pigmentos que semejan carnaciones, en jirones de piel confeccionados de manchas blancuzcas y verdes, en plantas que no son plantas pero podrían serlo, podrían ser cualquier cosa que quisieran, formas que se retuercen y me llevan al paroxismo. Sí, se ríen, llenan de voces mi cabeza, o su silencio, me enerva, deliberadamente. Esos artefactos, son un mal remedio para quien necesita de consuelo, el mal que inoculan no tendrá jamás cura, mas al contrario, arrastran una larga convalecencia, de la que sólo se sale en breves intervalos, para coger aire. Para no entender la realidad -ese concepto tan equívoco, ¿no es así?-.


Creo que fue en una novela de Joan Perucho (mi memoria me falla), en que se hacía referencia a una especie de leyenda, de la que no he vuelto a tener noticias. Se decía que muchas de las personas que habían poseído algún grabado original de Piranesi, habían acabado volviéndose locas. No puedo comprobar la veracidad de la leyenda, ni siquiera recuerdo la fuente, pero el recuerdo de esta historia, o en su defecto, su invención por mi mente atribulada, me confirma el mal del que Dario nos cuenta en esa película, que tributa al maestro Hitchcock, ¿por qué sino Scottie seguiría a la rubia Judy Barton al museo?

Ambos perversos van más allá y asocian el mal de la contemplación de la “bellezza” a “Ese Oscuro Objeto”… pero, creo que ese es otro asunto, que obviamente y dada mi condición femenina no puedo acabar de comprender.

viernes, junio 04, 2010

Un Revulsivo


Debe estar a punto de ocurrir un crimen. Por aquí cerca. Siempre sucede de ese modo en los thrillers. La vida del protagonista se desliza en una placidez cristalina hasta que aparece un cadáver. Un charco de sangre. La querida escarlata que lleva consigo tantos rompecabezas…
Hay un perfecto mecanismo liberador en los crímenes que uno contempla, que uno desmenuza, que uno anticipa. No recuerdo en qué lugar leí que Agatha Christie utilizaba en sus novelas técnicas literarias similares a las que usan los hipnotizadores. ¡Qué juegos tan encantadores cultivaba la dama inglesa! Tal vez de aquí a unas horas, en la escalera, encontraré tirado un cuerpo. ¡En qué de avatares me veré envuelta! Apasionante, ¿no es así?
Por el momento, el té de la tarde y la mermelada me sirven de sustituto. También los cuentos ilustrados. El Diccionario y el viejo gramófono. ¡Qué inseparables compañeros!
Mientras, ustedes… conocen alguna de las pistas que necesito, y callan. Siempre lo hacen. Eso me entristece. A no ser que también tengan algún cadáver en el armario. En ese caso les disculpo. Vamos a la par.